sábado, 12 de mayo de 2007

Elvira Lindo - Carta de una mujer desesperada

Carta de una mujer desesperada
Elvira Lindo 10/05/2007


El voto es secreto. Lo triste es que a veces tenga que ser tan, pero que tan secreto. En realidad, los resultados de las elecciones no los deciden los hooligans de los partidos, sino los indecisos, esa masa que piensa, sufre y duda, una inmensa minoría que más que a los fuegos de artificio de estos días está atenta a una pequeña balanza casera en la que va midiendo la confianza que le merecen unos y otros.

Lo curioso es que ese tipo de votante reflexivo, que no le regala su voto a nadie, es el que más dificultades tiene para expresar su opinión. En esta España, tan vehemente, si no lo tienes claro desde el principio de los tiempos es que eres un mangarranglan y un veleta.

Como la señora Francis en sus tiempos recibo cartas de votantes desesperadas. Es el caso de S., que me pide que oculte su identidad, porque no quiere buscarse líos. Los líos a los que ella tiene miedo son a los que pueden surgir en su propia casa. La lectora S. es ingeniera de telecomunicaciones y vive con el corazón partido. Se lo parten a diario, o se lo reparten, su padre y su marido. Según la lectora S., su padre votaría al PP aunque presentaran al tío Gilito y su marido votaría al PSOE aunque presentaran al Oso Yogui.

Cuenta la lectora S que cuando le dice a su marido que la señorita Esperanza ha dotado de algunas infraestructuras interesantes a la Comunidad de Madrid, el marido la mira como Jesús miró a Judas después del beso, y cuando la lectora S. le comenta a su padre la necesidad de un cambio que potencie las mejoras sociales, el padre, un hombre de tensión descompensada y que cuenta en su haber con dos anginas de pecho, se lleva la mano al corazón, como advirtiéndola del daño que puede ocasionar a nivel cardiovascular un voto a Simancas.

No es que la lectora S. sea una mujer sumisa, al contrario, el tono de su carta muestra a una mujer autónoma y con gran sentido del humor, pero el amor puede a la política así que, como tantos, ha optado por no pelearse. Cuando llegue el momento de votar irá sola, y si va acompañada por alguno de estos dos hombres furiosos, se meterá en el cuartillo de la cortina, como el que se mete al wáter porque va a hacer esa cosa tan fea que conviene perpetrar en solitario.

Cabe pensar que estas situaciones familiares están en parte contagiadas por un ambiente político en el que no se perdonan las medias tintas. ¿Puede una pareja acostarse, hacer el amor, pagar una hipoteca y educar a los niños ocultándose el uno al otro lo que han votado? Parece ser que sí; de hecho, la lectora S. me repite al final de su carta: "No dé mi nombre, provocaría usted una separación". Antes me corto la mano.

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